miércoles, 15 de julio de 2009

Caldo Molecular, parte I

¡Relanzamos!

Bien, como veréis hemos cambiado un poco para no cambiar nada, o lo que es lo mismo, somos nosotros pero con las ideas frescas.
Y eso implica un pequeño cambio en nuestra orientación, ya lo iréis observando.
De momento, y como introito de esta nueva (si es que hay algo nuevo) línea, empezamos a publicar los relatos ganadores del I Premio de Relatos Cortos Jake Sisko.

El primer relato que publicamos fué merecedor de una Mención Especial. Se titula Caldo Molecular, y fué escrito por Ramón Cañete Pastor.

Esperamos con impaciencia vuestras opiniones, aunque quizás sería mejor que esperáseis al final....
Ahí va....


¿ Viste los restos de Acacia Jones?. No parecía un cadáver. La había momificado tan bien. Daban ganas de besarla. Toda la tarde la guardaron sus amigos y parientes;¡ vaya panda!. A penas cuatro personas. Pregunté. No tenía más conocidos, me dijeron. Eso es imposible, pensé yo. Es demasiado hermosa para ser tan poco popular. No, si popular era un rato, me dijo uno de ellos. Un humano llamado Anders, tripulante de una nave estelar llamada Enterprise. Yo tenía que esperar a que quedara sola. Soy el enterrador. Manejo un transporte de carga que he convertido en un furgón funerario. Allá donde les llevo es difícil que los habitantes de la Federación sobrevivan más de una hora. Ya saben cuando me contratan que seré el último ser vivo que vea a su difunto. Digo adiós con mucha discreción. En Barzan IV dejaron de ser interesantes las cosas para la galaxia cuando el agujero de gusano que comunicaba el cuadrante Alfa y Gamma resultó ser inestable. Para mi fue una oportunidad. Oferté el servicio en unos folletos muy bien impresos. Que poco uso se le da al papel últimamente. Gano dinero. Dicen que en este siglo no es importante el dinero; mienten. Te topas con los ferengi y se te abren un montón de posibilidades; la dolcce vita a tu alcance. Los seres vivos que pueblan el universo conocido saben cómo alcanzar la realización total; y yo también. El sistema de pirámides sigue vigente hoy en día aunque la propaganda diga que no. Primero los elementos básicos para nutrirse y, bla, bla , bla , para concluir con la autorealización. Imaginación. ¿A quien le compre la nave? No, no la compré exactamente. Pimplafo Demonic, con aretes en lo que se suponía eran las orejas y diamante incrustado en lo que viene siendo mayormente la nuez , creyó liarme en una timba de póker; ni sé la especie a la que pertenecía el elemento. Me dejé ganar tres manos y en la cuarta saqué un montón de oro, le insinué que era mi resto y le señalé el transporte estelar. Sabía que era suyo. Lo controlé nada más aterrizar en el aeropuerto. Sonrió. Me creía un pardillo y no lo dudó un instante. De todas maneras no tenía intención de perder su nave; lo supe porque me miró cejijunto al tiempo que deslizaba su mano derecha por la cintura para dejarla reposar una breve pausa dramática en la funda que contenía un fáser plateado con nácar en la base. Entonces asentí. Puse mi cara más ingenua. Cerré los ojos. Y al abrirlos empecé a repartir las cartas. No le gustó. Me detuvo. Miró aquí y allá. No había mucha gente en el garito. De pronto fijó la vista en una pelirroja de ojos azules y tetas abundantes. Ella supo que la miraba. Vino a nosotros. Agarró el mazo de cartas y lo barajó con pericia. ¿Sabes que no dejará que ganes la apuesta, verdad? , me dijo la chica en perfecto español . Había dejado la baraja encima de la mesa. Mientras me hablaba, su dedo corazón presionaba levemente el pecho de mi contrincante. Se cabreó un poco Pimplafo Demonic. Su traductor universal había dejado de funcionar al tocarlo. Caigamos juntos y en picado, le susurró a Pimplafo, ahora sí con el traductor funcionando a la perfección, que recuperó la sonrisa e incluso me hizo un gesto amable invitándome a hablar. Pedí dos cartas. El negó con la cabeza y se plantó. La chica se alejaba de nuestra mesa no sin antes mirarme profundamente a los ojos porque veía mi delatora cara de satisfacción: tenía una escalera de color y la nave iba a ser mía sin remedio. Pimplafo lo intuyó. De lo contrario, no entiendo porque sacó una daga prácticamente de la nada con la intención de ponérmela en la garganta. Esa era sin duda la trayectoria. Vi el movimiento ralentizado y supe que debía saltar hacia atrás para evitar el corte. No hubiera echo falta de todos modos: un soldado vulcano había puesto dos dedos en el cuello de mi contrincante y lo había inmovilizado. Detrás de mí, otros dos vulcanos más habían parado en seco mi retroceso: estaba yo en la posición inicial. Uno de los vulcanos vio mis cartas al tiempo que interrogaba con la mirada al que sostenía a Pimplafo : "Le ha ganado la nave, no hay discusión" , aseveró éste que iba registrando a Pimplafo hasta que encontró lo que buscaba. "Colton puro", dijo. "Si nos permite haremos un par de comprobaciones en su nueva nave y luego le dejaremos en paz". Yo dije que sí sin pensármelo dos veces. El Colton es oro azul en estos días. Pocos planetas tenían vetas del material con el que se realizaban todos los equipos tecnológicos que consiguieron que gran parte de las civilizaciones universales se conocieran: para bien o para mal, eso es cierto.

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